
Contagiados por Jaime
No hay ópera que se precie en cuyo proceso no haya tensión. Buena o mala. Hay una catarsis agazapada en cualquier recodo, que es a veces un estallido brutal y, a veces, un par de minutos de incertidumbre. Siempre pasa algo, pero al cabo, siempre aparecía Jaime Martínez para recordar, con su sola presencia, que lo importante era lo importante y lo demás, naderías. Y lo importante era, por supuesto, que el espectáculo no parase.
Jaime, don Jaime, que anteayer falleció en Oviedo, era un entusiasta que logró conciliar y empastar todas las piezas del complejísimo puzzle que es la ópera en esta ciudad (un rompecabezas político, económico, social, profesional, humano y artístico) sin un solo mal gesto ni, lo que es más importante, un solo mal sentimiento.
La fórmula era sencilla, pero muy difícil de aplicar. Se resume en tres gestos de esas manos largas y expresivas: uno, palmas extendidas y alejadas del cuerpo: era lo que acompañaba a su insistencia en que él no hacía nada más que admirar a su gente y protegerla de los embates. Dos, puño cerrado y brazo plegado: «Yo creo que muy bien, eh, muy bien», animaba en las noches de estreno, insistiendo sin fin en que independientemente de gustos o resultados, lo recién ocurrido era, es y será un milagro.
Tres, aplauso. Un grito inconfundible a la caída del telón. Siempre. «¡Bravo, bravo!»
Aún hay quien se ha atrevido a pensar que eso era corporativismo cerril, igual que el empeño que Jaime siempre tuvo en que los problemas se solucionasen con los menores sobresaltos y, a ser posible, sin más ruido que el estrictamente necesario. Pero no, no era eso: siempre fue la constatación de que el arte necesita aliados antes que egos, concordia antes que discusiones y paz, y buena gente, antes que mezquindades y triquiñuelas.
No contento con esto, y proyectado todo lo mejor de sí mismo hacia adentro, se propuso hacerlo también hacia afuera. Nunca le costó trabajo captar adeptos a la ópera porque le bastaba sacar el tema, dejar que su pasión hablase sola, para contagiarla. Ojalá sus contagiados estemos a la altura.